Infojus: Promesa de un hijo a un padre represor: "Es posible que algún día te denuncie"
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Promesa de un hijo a un padre represor: "Es posible que algún día te denuncie"
| Fuente: Infojus Noticias | Fecha de publicación: 2015-06-30 | Por: Laureano Barrera | Fecha de captura:: 2016-01-25 00:19
Luis Alberto Cayetano Quijano falleció mientras era juzgado por los delitos cometidos durante la represión ilegal en Córdoba. Mañana, su hijo declarará en el juicio por el centro clandestino La Perla. Contará lo que vio en las visitas junto a su padre, y cumplirá parte de una promesa.
El represor Luis Alberto Cayetano Quijano murió la mañana del sábado 2 de mayo, en una casa donde cumplía prisión preventiva. Luis Alberto Quijano recibió la noticia de una de sus dos hijas, que lo vio en Facebook y lo llamó por teléfono. “¿Sabías que murió el abuelo?”, preguntó. Quijano hijo dice que no sintió nada, ni bueno ni malo. Esa noche encendió una vela y rezó “para que Dios se apiade de su alma”.
Quijano estaba siendo juzgado por 158 privaciones ilegítimas de la libertad agravadas, 154 imposiciones de tormentos agravados, 98 homicidios calificados, 5 imposiciones de tormentos seguidas de muerte y la sustracción de un menor de 10 años durante la represión ilegal en Córdoba. Mañana miércoles Quijano hijo declarará ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1 de Córdoba para contar su versión de la historia.
Antes de declarar, Quijano contó a Infojus Noticias cómo fueron algunos de aquellos días junto a su padre: cuando lo obligaba a destruir la documentación de los secuestros en el Destacamento de Inteligencia donde era segundo jefe, a escuchar grabaciones de sesiones de tortura, o a esperarlo armado por las noches a que volviera de los operativos. Una imagen todavía lo persigue en sus pesadillas: cuarenta hombres y mujeres desnudos, vendados y con las manos atadas, tirados en colchones de tropa en la cuadra de La Perla.
Quijano habla a borbotones, saltando de un tema al otro, intercalando objetos, fotos y documentos. Como si el acto de enunciarlo pudiera atenuar su residuo tóxico.
“La casa que compró mi padre con la plata robada en la dictadura”
Vive en un barrio de Villa Carlos Paz, Córdoba. Entre las casas serranas se destaca una amplia y blanca, con ángulos abruptos, pisos en desnivel y ventanales enormes, construida sobre la pendiente de la sierra.
—Esa— dice Quijano- es la casa que compró mi padre con la plata robada en la dictadura.
La insistencia de su madre y dos balazos anónimos que entraron por la ventana una mañana de 2013 —uno perforó el colchón donde dormía—, lo convencieron de irse. En el terreno de al lado, que alguna vez fue el patio de la casa blanca, Luis Quijano hijo construyó la suya. Sobria, con dos plantas de ladrillo a la vista, menos pretenciosa que la que había habitado con su familia.
—Mi padre siempre fue un neurótico, de reacciones excesivas. Mi infancia fueron palizas y golpes. Y la adolescencia lo mismo.
Quijano hijo nació en 1961 en Las Palmas, un paraje en el corazón de Chaco, y su infancia fue un peregrinaje incierto detrás de los destinos militares de su padre. En 1964, Buenos Aires. En 1970, Escuadrón 18, Las Lomitas, Formosa. En 1971, Córdoba. Dos años después, Buenos Aires otra vez. En 1975, Córdoba era un hervidero y operaba el Comando Libertadores de América, las Tres A cordobesa. Quijano pidió el pase ahí para combatir a la “subversión”. En 1976, después del Golpe de Estado, fue asignado al Destacamento de Inteligencia 141 del Ejército. “Lo pidió Menéndez, porque él tenía muchos compañeros de Inteligencia que lo recomendaron”.
—Con el tiempo me he dado cuenta que de chico era autista. Vivía tal infierno con mi padre, tanta cagada a palos, que me encerraba en mi propio mundo.
Un día sus padres discutían. Quijano era un chico de cinco o seis años y siguió la pelea con miedo, desde un rincón. Cuando el padre pasó al lado suyo, le pegó una patada en el estómago que lo dejó sin aire.
—Vos arruinaste mi matrimonio— le dijo.
Tanto tiempo después, Quijano sigue sin comprender esa agresión.
—Mi madre y mi padre siempre discutieron mucho, pero ella estaba muy cómoda porque era la mujer de un milico. Después se hizo la víctima y una vez, delante de su actual pareja, dijo que no sabía que mi padre salía a hacer procedimientos. Que creía que hacía guardias en Gendarmería. Yo le pregunté ‘¿y cuándo traía los fajos de guita y los dejaba sobre la cama, alhajas, tapados de piel, televisores? ¿Eso también era de las guardias de Gendarmería?’
“No tienen que dejar a ninguno vivo”
Según Quijano hijo, Martha Celia Foukal integraba una “comisión” junto a las esposas del “Sordo” Jorge Exequiel Acosta y del difunto segundo jefe del Destacamento, Hermes Rodríguez, que compraba algodón para las secuestradas de La Perla. Una noche, después de la cena, Quijano padre contó que su camarada Arnaldo “Chuby” López, se había puesto en pareja con una secuestrada. Su esposa se escandalizó.
— No tienen que dejar a ninguno vivo. Los van a denunciar— presagió.
Ahora, Quijano hijo no duda en llamarla cómplice. “Ella administró la guita que se robó mi viejo. Primero hicieron una casa en Tanti, y en el año ’80, con parte de la plata que se había afanado mi viejo –tenían monedas de oro y dólares- compraron la casa de acá al lado”. Quijano dice que habló del botín de guerra durante la instrucción, y asegura que ahora volverá a hacerlo ante el Tribunal Oral.
Trabajar con el padre
En 1976, Quijano hijo tenía 15 años y se hizo amigo de un joven del gimnasio que hacía karate. Unos días más tarde, su padre llegó con una foto del joven. Al dorso tenía el nombre “Kent” escrito en lápiz.
—Sos un pelotudo, es del ERP. Ahora te van a secuestrar a vos para extorsionarme a mí.
A partir de ese día, lo obligó a trabajar en el Destacamento de Inteligencia 141. Era su primer empleo y nunca cobró un sueldo. Pasaba jornadas enteras picando pasaportes, títulos universitarios, partidas de nacimiento de familias secuestradas y desaparecidas. También se planificaban asesinatos, bombardeos y secuestros.
—Habían hecho hacer pozos atrás de la Brigada. Los llevaban, los mataban y los enterraban.
—¿En la Brigada dónde?
—En todo el predio del Cuerpo de Ejército. El trayecto del camino de Córdoba hasta Carlos Paz, incluso hasta el lago, es todo terreno de los militares. Es un campo inmenso. Después, cuando llegó la época de la democracia, sé por mi padre que trajeron unas máquinas no sé de dónde, desenterraban todo lo que había y lo molían. Me dijo ‘no van a encontrar nunca nada, ahí’. Año ochenta y pico.
En el Destacamento, el hijo solía ver al padre -uno de los segundos jefes-, a Hermes Rodríguez –el otro-, al “Sordo” Acosta, al “Negrito” Pereyra. “Había tipos que casi no estaban: Palito Romero, el “Chuby” López, “Tejerina” Texas. Ellos eran torturadores”.
—Desde chico había armas en casa y yo jugaba con ellas. Sabía que era un arma cargada, descargada. Aprendí a tirar sólo. A los catorce o quince años yo armaba y desarmaba una pistola como nada, y andaba siempre armado con una 45. En el auto iba con una escopeta.
Cuatro visitas a La Perla
En cuatro ocasiones, entre julio y noviembre de 1976, Quijano padre hizo que su hijo lo acompañara al centro clandestino más grande de Córdoba. La primera vez dejó el auto estacionado cerca del puesto de guardia de Gendarmería (era la fuerza que vigilaba el perímetro del predio). Bajó y habló con los gendarmes. La segunda llegaron hasta la parte de atrás con el auto, donde había un garaje. Quijano padre hizo bajar al hijo, que ahí vio un cuarto con una cama metálica y una mesa. “Recuerdo el olor fétido que salía de ese lugar. Como a pañal cagado. Después supe que en ese lugar era donde interrogaban gente”.
Al lado había un galpón enorme lleno de coches y muebles: televisores, combinados. Quijano padre sacó un paquete envuelto en una manta y atado con un cable, y le pidió que lo guardara en el baúl. Nunca supo qué era.
La tercera vez fue inolvidable. La relata mecánicamente, como las melodías de las cajitas musicales.
—Entré a una galería que recorrimos. Había gente en el destacamento. Fuimos a una especie de hall donde había un par de oficinas, una mesa con un tipo sentado que se paró y se puso a hablar con mi viejo. Creo que era el “Chuby”. Ahí estaba la cuadra. En un momento miro, adentro de la cuadra y estaban las colchonetas, los colchones de tropa, y la gente arriba: envueltos con vendas, atados de pies y manos. De algunos se notaba que estaban desnudos y tapados con una frazada. Yo estaba mirando hasta que mi viejo me dijo : “dejá de mirar, pelotudo”.
La cuarta vez se metió caminando. Llegó a un pasillo largo, antes de entrar a la cuadra y a las oficinas. Su padre hablaba con el “Sordo” Acosta.
El último encuentro
En 1983, Quijano hijo se fue a estudiar a la Escuela de Gendarmería, en Buenos Aires. El resto de su familia –Quijano padre, Foukal, su hermana menor- vivían en la casa blanca de Carlos Paz que habían comprado en 1982 y restaurado después. Fue una forma de alejarse de ellos, intentar olvidar su trágica historia. En 1995 pidió la baja en la fuerza y viajó a Europa, donde trabajó en albañilería y conoció a una joven bielorrusa, hija de un teniente coronel soviético, su actual esposa.
En 2007 vinieron de visita y Quijano hijo vio a Quijano padre por última vez. Preso desde 2004 por los crímenes del pasado, discutieron por una escopeta que tenía en su prisión domiciliaria.
—Es posible que algún día te denuncie. Yo sufrí mucho por culpa tuya. En aquél momento yo buscaba tu aprobación y mirá lo que me hiciste hacer— le dijo.
Su padre, viejo e imperturbable, lo desafió a que lo hiciera.
—Yo sé que nunca me quisiste –dijo el hijo-. Pero yo en este momento ya tampoco te quiero a vos—, le dijo.
Le juró que era la última vez que le veía la cara.
Cumplió esa parte. El viejo represor murió sin condena, con prisión preventiva, abandonado por su familia. Mañana, el hijo completará la segunda parte de su promesa ante un estrado judicial.
SH/MEL
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