Infojus: El hombre que apareció por un error de los militares

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El hombre que apareció por un error de los militares

| Fuente: Infojus Noticias | Fecha de publicación: 2014-08-03 | Por: Laureano Barrera | Fecha de captura:: 2016-01-24 20:48

Roberto Pistacchia fue un testigo crucial para el avance de la causa que busca juzgar la complicidad de la Iglesia Católica con la represión ilegal del ejército en la provincia de Santa Fe. Su declaración corroboró, entre otras cosas, la existencia de un centro clandestino en una Casa Salesiana en la localidad de Funes, donde compartió celda con el cura tercermundista Santigao Mac Guire. Infojus Noticias lo entrevistó.

Hace 36 años, Roberto Pistacchia salvó su vida porque los militares que lo tenían secuestrado lo confundieron con otra persona. Hoy, sigue viviendo en el mismo pueblo santafesino en el que nació, se dedica a trabajar con la madera, y cuando habla de aquél pasado se le nota cierto pudor para asumir su condición de sobreviviente. Y también su rol de testigo clave, desde que declaró por primera vez ante la justicia federal el 1 y el 26 de noviembre de 2013, en la reconstrucción de la complicidad de la iglesia católica apostólica y romana con la represión ilegal del ejército en la provincia de Santa Fe. “Yo siempre estuve a disposición para contarlo. El año pasado vino a buscarme el hermano de Eduardo Garat (abogado desaparecido) y fui a declarar. Fue la primera vez”, cuenta el hombre en una conversación telefónica desde Barrancas, su lugar en el mundo a 76 kilómetros de la ciudad de Santa Fe.

Su declaración judicial fue crucial para el avance de la causa: corroboró la existencia de un centro clandestino en una Casa Salesiana de la iglesia, en la localidad de Funes; el asesinato de Eduardo Garat durante un interrogatorio bajo tortura; y la presencia del entonces arzobispo de Rosario, Guillermo Bolatti, en un Destacamento de Inteligencia del ejército. Ahora repasa el antes y el después de aquella pesadilla en una charla con Infojus Noticias.**

El librero

Roberto Vicente Pistacchia nació en 1946 en Barrancas, San Jerónimo, provincia de Santa Fe. Su infancia transcurrió en el pueblo, sin apuros económicos. Cuando terminó la escuela secundaria, viajó a Rosario y se inscribió en la facultad de Ingeniería. “En esa época, principios de los ’70, todos los estudiantes nos relacionábamos de alguna manera con la política. Yo me acerqué a la Jotapé (La Juventud Peronista). Además, estaba de novio y mi mujer también militaba”, cuenta Pistacchia. El activismo fue en el frente universitario, pero su compromiso en la organización era más bien lateral y le dejaba tiempo para ocuparse de otra pasión: la editorial Síntesis, que se hizo conocida en el centro de la ciudad de Rosario y Pistacchia atendía en persona.

El 24 de marzo de 1976, las cosas se pusieron más duras. Pistacchia, además de pasar a Montoneros, había incursionado en el rubro de la educación. “A fines de 1975, con un socio que se llamaba Conrado González, pusimos un instituto para preparar alumnos de secundaria. Todos nuestros profesores eran peronistas. Además, teníamos una sede de la editorial dentro de la facultad y hacíamos los apuntes. Por el tema editorial, yo viajaba mucho por Latinoamérica”, recuerda. En esos viajes, se contactaba con viejos amigos de la facultad y compañeros de organización que habían tenido que huir al exilio por distintos niveles de involucramiento en la guerra revolucionaria. En el Distrito Federal de México, durante un viaje de negocios, visitó la casa de Montoneros. “Yo tenía un solo compañero, que no sabía ni cómo se llamaba, que iba a ver a México”, explica Pistacchia, sin más detalles.

Todas aquellas actividades –las políticas y las vocacionales- fueron determinantes para que la inteligencia militar lo pusiera en la mira. El 18 de abril de 1978, bajó de su piso quinto en el centro de Rosario –esquina Entre Ríos y 9 de julio- para ir a la librería, y al menos cuatro hombres con ropas de civil le pusieron una bolsa en la cabeza y lo tiraron “amablemente” al baúl de un auto. En ese punto exacto de su pasado comienza su relato judicial ante el juez Marcelo Bailaque y el fiscal a cargo de la Unidad para juicios de lesa humanidad en esa ciudad, Gonzalo Stara, el 26 de noviembre pasado. “Vamos a la Jefatura, a un subsuelo por los comentarios que se escuchaban ahí, ahí estoy no sé cuántas horas encapuchado y me trasladan de la misma forma que me secuestran a un lugar al lado del aeropuerto”, puede leerse en su declaración testimonial.
 

Torturas en la casa de Dios

Pistacchia no sabría hasta muchos años después que ese lugar quedaba en la localidad de Funes, y que era el Seminario Salesiano Ceferino Namuncurá, un predio que la iglesia terminó vendiendo en 1979 a la Fuerza Aérea, que instaló allí el Liceo Aeronáutico Militar.

Cuando llegó de la jefatura, lo colgaron de unos ganchos de la pared, tantas horas que perdió la noción del tiempo: puede haber sido un día, o dos.“Ahí empiezan las palizas, a tirarme agua fría, caliente, simulacros de fusilamiento, me pegan”, le dijo Pistacchia al juez. A pesar de la capucha, escuchó que no estaba solo. Estaba Santiago Mac Guire, un cura tercermundista que fue quien reveló por primera vez ante la Conadep la existencia de ese centro clandestino. El mes pasado, Infojus Noticias publicó la historia de su hijo, Lucas –querellante juntos a sus hermanos-, quienes presentaron un escrito pidiéndole a Bailaque la detención de dos sacerdotes -el capellán de la jefatura de policía de RosarioEugenio Zitelliy el diácono Rodolfo Yaquinto- y del comandante de Gendarmería, Adolfo Kushidonchi, por el secuestro y las torturas contra su padre, que murió en 2001.

Pistacchia y Mac Guire no serían los únicos en pasar por ese infierno en que se había convertido la casa de Dios. Dos o tres días después que ellos, llegó un tercer chupado: el abogado de presos políticos Eduardo Garat. En ese punto el relato judicial de Pistacchia se torna atropellado y dramático: “escucho que dicen, se nos va, se nos muere”, testificó. No sabía cuál de los dos agonizaba. Era Garat. “Nunca supe nada más de él”. Dejó una esposa, Elsa Martín, y tres hijos. Las sesiones de electricidad siguieron para los dos sobrevivientes. De Pistacchia sabían todo: de su familia, sus actividades, y le reprochaban cómo un pibe de clase media se había “involucrado con esas ideas”.

A Pistacchia lo salvó una torpeza de sus torturadores. “Un día nos sacan al patio y a mí me trasladan encapuchado al Destacamento 121. Me llevan a la enfermería, me curan, me recauchutan. Durante tres días estuve en una sala de enfermería, sólo y esposado. Hasta que apareció Jáuregui, un gendarme y Monseñor Bolatti”, cuenta. Allí se dio un diálogo insólito:

–Aquí tiene a Santiago Mac Guire –dijo Luciano Jáuregui, comandante del Segundo Cuerpo de Ejército.

–Este no es Mac Guire –replicó Bolatti.

Jáuregui ordenó que volvieran a Funes a buscar al ex sacerdote y trasladaran a Pistacchia.

–Supongo que este señor queda acá –advirtió Bolatti.

Jáuregui no tuvo alternativa.

De aquellos días en la casa de Dios hay algo que Pistacchia no pudo olvidar. “Los silencios de Funes son imborrables. Más los silencios que los golpes”, le dijo hace ocho meses al juez.

Fotos: Mariano Armagno

El maderero

En la prisión de Coronda, Pistacchia compartió una celda con Mac Guire con un régimen muy severo, aunque de a ratos les permitían hablar. “Me contó de su familia: la amaba profundamente. Era un tipazo de la gran puta, muy sensible, pero muy afectado porque amaba su condición de sacerdote pero había tenido que dejar los votos por su mujer y sus hijos”, cuenta Pistacchia a esta agencia.

Las visitas familiares también eran traumáticas. Los revisaban anal y vaginalmente, grababan las conversaciones que mantenían a través de un vidrio, y si había una palabra que no les gustaba iban directo a las celdas de castigo. Después de dos años empezaron los traslados a otras cárceles y el régimen de detención se relajó: un par de días en Sierra Chica, después La Plata, Devoto –donde las puertas de la celda estaban abiertas- y Rawson, desde donde salió en libertad en 1983.

Como la mayoría de los sobrevivientes de la dictadura, Pistacchia no pudo seguir retomar su vida tal como la había conocido.“Cuando salí, mi mujer se había divorciado. Mis padres se pusieron muy mal y volví a la casa de ellos, acá en Barrancas. Encontré una novia y me dediqué a la madera. Ahora tengo una fábrica de pisos de madera”, cuenta.

No se recluyó. Siguió encontrándose con varios ex presos en Rosario. Con Santiago recordaban a Garat. Un día, llegó a la fábrica un hombre con ese apellido. Pistacchia le preguntó si conocía a Eduardo. Era Carlos, el hermano. “¿Sabe quién fue el último que estuvo con él?”, le preguntó. Hablaron sobre sus últimos días, y sobre su muerte. Unos años más tarde, Garat volvió para invitarlo al homenaje en que nombraron un aula de la facultad de Derecho con el nombre de Eduardo: y para que relatara esa historia en un despacho judicial.

-¿Qué espera que suceda con la causa?- le preguntó Infojus Noticias.**

La respuesta del sobreviviente no tiene rencor.

  • Que se aclare todo esto,por la memoria de Santiago. Y por Eduardo: ese chico todavía no apareció.

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