Infojus: El joven asesinado era hijo de una referente histórica de la Villa 20

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El joven asesinado era hijo de una referente histórica de la Villa 20

| Fuente: Infojus Noticias | Fecha de publicación: 2014-02-25 | Por: Laureano Barrera | Fecha de captura:: 2015-11-21 18:22

Osvaldo Soto fue asesinado anoche. Es uno de los cuatro hijos de Trinidad Loaiza. Trini, como le dicen los vecinos, es una mujer emblemática de la villa. Junto a otros pioneros levantó los primeros ranchos del barrio. Los relatos sobre cómo fue el asesinato. Su historia.

La escena transcurre en un modesto garaje de la calle Coronel Martiniano Chilavert, en Lugano, con paredes interiores de cemento y seis sillas en semicírculo. La familia Soto está llorando un muerto. Liliana recibe a **Infojus Noticias con los ojos hinchados: hace cuatro horas que sabe que su hermano menor, Osvaldo, de 30 años, fue asesinado. Laura, la segunda hermana, está recostada en una silla. Acaban de sedarla con un calmante. Javier tiene 16 y es el único que presenció la muerte de su tío. Hay primos, amigas, niños que van y vienen sin entender bien qué pasa. A cinco cuadras de allí, unas 200 familias acampan en parcelas de tres por tres delimitadas por cordeles, en el antiguo cementerio de autos de un predio pegado a la villa 20. Sobre la Avenida Cruz, decenas de movileros, gendarmes, federales y policías metropolitanos esperan expectantes la negociación entre los delegados y la justicia contravencional porteña.

Los vecinos de la toma no saben del muerto, o no quieren saberlo: no es justo manchar el reclamo con la sombra de un crimen. Los delegados que negociaron con el secretario de Seguridad Sergio Berni, dicen que fue un sicario que llegó de afuera, mató y se perdió en la noche en menos de lo que canta un gallo. Pero un periplo fortuito lleva a Infojus Noticias hasta la casa familiar de Soto.

La manzana 29 es clave en la trama del barrio: es la zona más conflictiva –suele haber disputas y robos- y también la más castigada. Los niños pequeños que la habitan solían enfermarse por el plomo que inoculaban en el ambiente las chatarras de los autos.

-¿Conoce a Osvaldo Soto, un muchacho de 30 años? Me dijeron que vive en la manzana 29.

-Mi cuñado puede conocerlo.

Su cuñado, Isaac, dice que tal vez sea sobrino de doña Julia Soto. Doña Julia no tiene ningún parentesco, pero escuchó en la radio barrial que han dicho que es el hijo de la señora Trini. Vive allá, señala, justo antes del taller mecánico.

Trini es Trinidad Loaiza, una de las mujeres emblemáticas de la villa; nació allí y pujó junto a otros pioneros para levantar los primeros ranchos del barrio. En este momento intenta llegar desde Salta, la ciudad en la que recaló viajando lo más rápido posible desde Bolivia, donde el crimen de su hijo la sorprendió  de vacaciones. “Mi hermano era muy mimado de mi madre, no había cortado el cordón umbilical. Conociéndola a mi mamá, ella no se va a quedar quieta”, dice una de sus hijas, mientras alcanza el mate. “Va a mover cielo y tierra para encontrar justicia”.

Liliana no podía sospechar que la calza y la blusa negra, y la camperita fina del mismo color, iban a ser el atuendo adecuado para hoy: el día del luto por su hermano. Los deudos de Choco no quieren fotos. Tal vez por temor, tal vez por vergüenza, o tan sólo por tristeza. Pero exhibe una foto en la que se ve a _Choco sonreír, con un vaso de cerveza en la mano, el escudo de River detrás y una remera de los Redonditos de Ricota.

-Nosotros sabemos quién era él, pero la gente no. Y las cosas que se dicen por la televisión dan mucha bronca- aclara Liliana.

-¿Tenía un conflicto anterior con el asesino?

-Ninguno -dicen las hermanas en coro-. Él era muy bueno, todo el mundo acá puede decírtelo. Tenía dos trabajos, salía a la mañana y volvía a la noche. No andaba en esas cosas.

La familia Soto contará dos veces lo que saben del homicidio de Osvaldo. Ambas difieren apenas, en una circunstancia, pero no en el fondo: después de mucho caminar Lugano las fuentes territoriales coinciden en que el asesino es un hombre paraguayo “del fondo”.

-A eso de las 12 de la noche Osvaldo fue a ver a mis dos hermanas, Laura y Rocío, que viven en las manzanas 28 y 29. Después de ver que estaban bien, se fue a la toma con su sobrino Javier y su cuñado. Allí difieren sutilmente los relatos: que fue a pedirle un encendedor a un vecino que había armado el fuego para espantar los mosquitos y el frío. Que se quedó charlando hasta que llegó un hombre con un amigo y dos mujeres. Tenía unos 30 años. Discutieron porque el tipo le pidió que corriera el fuego. La segunda versión –de otro familiar, en un momento distinto- es que en el patio de su casa vacía, en la manzana 28, un grupo de paraguayos habían prendido un fuego. Que les pidió que lo corrieran y discutieron.

El desenlace fatal es el mismo: a los 20 minutos volvió el hombre con las manos en los bolsillos de su campera blanca. Tenía pantalones deportivos negros. “¿Vos no querías correr el fuego?”, preguntó. Y le pegó un tiro en la pierna. Los otros dos, cuando Osvaldo atinó a levantarse, fueron en el pecho. Algunos dicen que era una 9mm automática. Y salió corriendo para adentro de la villa.

Tuvieron que romper los vidrios de un colectivo para que lo subieran. Lo llevaron a la posta sanitaria 3. Pero cuando le apoyaron la cabeza en el cordón de la vereda, Osvaldo casi había muerto.

Con el paso de las horas surgirán, a cuentagotas, algunos detalles: que era un transa del barrio. Un pibe de gorrita roja y camiseta de Boca confiará: “La policía no lo va a buscar, porque arreglan”.

“Los pibes están enfierrados para vengarse”

En el territorio, acostumbrados a la lejanía de la justicia, la venganza por mano propia es el primer fantasma que sigue al asesinato. La ley lógica, llana, de mostrarle al rival quién es el más fuerte. Sobre el fin de la recorrida, M., un vecino del quien el cronista nunca sabrá el nombre, advierte que la muerte va a complicar y va a repercutir en la toma. “Los pibes están enfierrados para vengarse”, dice el hombre de gorrita blanca. “Cuando empiece a anochecer, se va a pudrir”. M. tiene pruebas contundentes para afirmarlo: le muestra al cronista dos culatas que asoman debajo del asiento trasero de un auto.

-¿Cómo se puede parar?

-Los pibes quieren que se diga la verdad. Esto no fue un ajuste de cuentas, ni un problema de tierras. Quebraron a una familia. Y queremos que venga la fiscal (N°43, Felisa Elena Krasucki) del crimen.

Osvaldo salía a la madrugada por el barrio a recolectar residuos, y era limpieza en el sanatorio San Cayetano –que depende del gremio Smata- por las tardes. Solía hacer horas extras en fines de semana y feriados. Esta semana, la de la toma, había empezado sus vacaciones. Juntaba plata para ir con su sobrino a ver a los Redondo que se presentarán en Gualeguaychú. Había dejado su casa en la manzana 28 y aceptado la oferta de Trini: irse a vivir al piso de arriba de su casa, en la manzana 1, junto a su mujer y sus dos hijos de 6 y 10 años. Era un lugar más tranquilo. Esa casa vacía es la que habría querido defender anoche.

La comisaría 52 dijo lo que suele decir la policía en estos casos: que si conocen al culpable no lo filtren a la prensa porque el hombre puede escaparse. El comisario en persona llevó a Daniela, la mujer de Osvaldo, y a otros dos testigos a declarar a la fiscalía. Además del relato, aseguran, darán la descripción física del asesino para armar un identikit. “Me dijeron que están investigando, pero que hay que empezar por separar la ocupación de la toma de lo que pasó con mi marido”, dice Daniela a Infojus Noticias . Se muestra algo más serena que Laura y Liliana. “No sé nada de quién fue. Solo por el acento, porque tuvieron un cruce: dijeron que era paraguayo”.

A Osvaldo lo mataron a las tres y pico de la mañana, de un tiro en la pierna y dos en el pecho. Todavía no llegó la policía científica a hacer las pericias ni levantar los ya pisoteados rastros. Calle adentro, en Lugano, a cinco cuadras de la toma que ocupará los noticieros del día, la verdad del dolor del barrio corre por cuerda a la de los juzgados. El Choco tenía treinta años, dos hijos, dos empleos y dos perros chichuahua que amaba. También dos pasiones: River y los Redonditos de Ricota. Vivía con su madre, la legendaria Trini, la matrona de todas las luchas del barrio, en una planta alta con un balcón florido. Todo se esfumó anoche con el estampido de tres balazos.

-Esta noche a las 9 o las 10, nos dijeron que nos iban a entregar el cuerpo.

Tal vez Trini llegue a tiempo para velar al menor de sus cuatro hijos.


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