Infojus: Identikit: dibujando al sospechoso

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Identikit: dibujando al sospechoso

| Fuente: Infojus Noticias | Fecha de publicación: 2013-10-19 | Por: Infojus Noticias | Fecha de captura:: 2016-01-22 23:45

De los kits prearmados a las cámaras que prometen registrarlo todo, la identificación de sospechosos recorre la historia de la investigación judicial y policial. Cuando todo falla, aparecen ellos: los policías artistas, capaces de hurgar en la memoria de los testigos para construir a mano un retrato de las personas buscadas.

El sargento Lorenzo Rodríguez llega todos los días a su trabajo en la policía y agarra sus armas: papel, lápiz y goma. Es uno de los encargados de dibujar identikits en el área de arte forense en la Policía Científica. Es difícil determinar qué vino primero, si la carrera de policía o el deseo de ser dibujante. Para aprender, trataba de reproducir las caras que veía en revistas. Ya dentro de la fuerza de seguridad hizo cursos particulares de dibujo, pero lo único que le interesa es el rostro: ni manos, ni frutas. Aunque se maneje el lápiz con soltura, la tarea en arte forense no es solo dibujar. Se trata de recuperar la memoria de la víctima o de los testigos que muchas veces llegan en estado de shock. Deben guiar al que vio por zonas del recuerdo en donde elaboró un trauma.

En el asesinato de Marcos Satanowsky, caso investigado por Rodolfo Walsh en 1958 y publicado en la revista Mayoría, se pudo identificar a Marcelino Castor Lorenzo, alias el Huaso, por el retrato hablado confeccionado a partir de los testimonios de testigos. Otro supuesto implicado fue reconocido también por identikit: Carlos Delgado Chalbaud. Lo cierto es que pese a las identificaciones el caso quedó sin responsables para la Justicia. Cuando Walsh publicó el libro con toda su investigación lo llamó “el crimen más literario del siglo”, y no dudó en recurrir a la estética policial cuando las tapas de Mayoría mostraron la foto de un retrato de José Américo Pérez Griz atravesado con la leyenda “Buscado por el asesinato del doctor Satanowsky”.

El comisario Juan Calderón explica que la elaboración de los retratos “es una de las primeras diligencias que dispone el magistrado. La víctima debe concurrir a la sede de Científica para que o bien pueda hacer una reconstrucción facial del atacante o reconocerlo en el álbum de fotos”. Científica siempre interviene a pedido de la Justicia y bajo la supervisión del Ministerio de Seguridad. “Nosotros trabajamos mediante oficios judiciales. Somos auxiliares de la justicia y según lo actuado nos piden trabajar sobre algo en particular”. El oficio de dibujante en arte forense se aprende estando en la policía científica. Es un saber que transmiten los más experimentados a los nuevos. También supone una sensibilidad que esté atenta a los procesos de quien describe, que ayude a que esa memoria pueda revelarse.

Dentro del área conviven y se superponen técnicas de identificación. El dibujante con sus herramientas sigue estando en los departamentos de policía. Cuando todo ha fracasado aparece él. El subcomisario Diego Maffia explica el recorrido de una víctima que llega a Científica: “primero se le van a exhibir fotografías de personas que tengan antecedentes, que guarden una relación entre la descripción que nos proporciona, el modus operandi de que ha sido víctima. Al cabo de la verificación de unas cuantas fotos que observa la víctima, puede ocurrir que realice un reconocimiento positivo –es decir: entre las fotos que se le han exhibido aparezca quien ha sido su victimario– o, por el contrario, puede ocurrir que no lo encuentre. En el caso de que no lo encuentre, esa misma persona, sin moverse de nuestra oficina va a ser derivada al gabinete de arte forense donde se le va a elaborar algún tipo de reconstrucción fisonómica. El retrato hablado es un tipo de reconstrucción fisonómica. De hecho, es el más antiguo”.

-Una larga historia

La policía científica pero sobre todo la identificación de rostros, tiene antecedentes célebres en el país. José Sixto Álvarez no firmó Galería de ladrones de la capital (1880-1887) con el pseudónimo que lo haría famoso, Fray Mocho. Y el motivo es que se trata de un libro “serio”, institucional, lejos de la picardía del Fray que no era Fray y dirigía Caras y Caretas. Publicado por la Imprenta del Departamento de Policía de la ciudad de Buenos Aires, su función era utilitaria. Se trataba de una ayuda memoria para que los pesquisas pudieran identificar mediante las fotografías del libro a 200 ladrones. Cada imagen se acompañaba con la descripción de nacionalidad, señas físicas, entradas en la policía y causas de su paso por la institución, y un detalle de su carácter y modus operandi. Rosa Rodríguez, que tuvo 37 entradas y es el caco n°151, es “argentino, 22 años, soltero, carrero, blanco, ojos castaños, pelo ídem, barba naciente, boca y nariz regular, estatura 1 metro 64 centímetros. Tiene un pequeño lunar en el lado derecho de la barba”.

El avance de la fotografía en el siglo XIX ilusionó el afán de identificación y la voluntad de ordenamiento de una Buenos Aires recién estrenada Capital Federal. Álvarez, que ayudó a formar la naciente policía desde su rol de comisario, ya cumplía en su fichaje con las tres funciones de la identificación: singularizar, diferenciar y reconocer. Las imágenes de la Galería fijan para siempre y adhieren una sentencia eterna a un rostro: ladrón. “Y caer bajo los ojos de un empleado de policía es lo mismo que caer bajo los de toda la repartición, pues unos a los otros se van enseñando el mal hombre –cuya filiación, nombre y costumbres, si no se inscriben en un registro, quedan sin embargo grabadas en la memoria de quienes no lo olvidarán jamás y serán capaces de encontrarlo más tarde, aunque se transforme en pulga”, aclara el comisario escritor en sus Memorias de un vigilante. Si los archivos se renuevan es otro tema, ¿por cuánto tiempo se sigue siendo ladrón en un fichero? En el famoso mayo del 68, la policía francesa tenía un fichero con 130 millones de personas, tres veces más de lo que los censos poblacionales indicaban como habitantes.

Dos años después de que apareciera la Galería de ladrones, en 1889,la policía local comenzó a utilizar el sistema antropométrico ideado por Alphonse Bertillon. El reconocimiento, hasta ese momento, dependía de la memoria del policía. El bertillonage se extendió rápidamente a las policías del mundo. En Francia, el parlamento había determinado agravar las penas en caso de reincidencia, entonces se justificó la extensión de las técnicas identificativas. Bertillon, que era un empleado en la oficina de cuentas de la policía, apareció con su idea llamada portrait-parlé. Primero tipificó los rasgos que forman el rostro, registró longitudes y tamaños de la cabeza, la cara, las orejas. Con una cámara de fotos registró los detenidos que pasaban por la seccional, luego segmentó cada imagen y formó un archivo muy vasto de ojos, narices, cejas, mentones. Rompecabezas de múltiples combinaciones que facilitaba a la víctima reproducir los rasgos de su agresor o, al menos, alguien que se le parecía. Por primera vez se podía prescindir de un dibujante.

No siempre la policía buscó identificar criminales. Después de la Semana Roja de 1909, la revista Caras y Caretas reveló a sus lectores el sistema novedoso para hacer retratos hablados y facilitar el trabajo policial. Se respaldaba la eficacia del bertillonage en la aceptación unánime entre “los miembros del congreso anti-anarquista celebrado en Roma”.

-Un futuro de ciencia ficción

El Identikit, dice el subcomisario Maffia, era una marca comercial. “Era un kit de identificación que arranca por mediados de la década del 60, ideado en los Estados Unidos. Básicamente consistía en una serie de líneas rectas y curvas que ya estaban predibujadas y con las cuales se iba componiendo un rostro, por eso también podemos haber escuchado nombrar la palabra compofit. Luego vino el fotofit, que era distinto”. Sobre un bastidor con plantillas se iban intercambiando de forma mecánica una serie de segmentos de imágenes de rostros. Parece similar al Bertillon. Con la asistencia de la informática, esto dejó de hacerse sobre bastidores y los nuevos rostros se componen en una pantalla.

Las técnicas de identificación biométrica necesitan para funcionar una base de datos donde comparar las muestras tomadas. ¿Cómo se compone esa base de datos? La ciencia ficción, la creciente sofisticación de las técnicas de control y las empresas dedicadas a desarrollar y vender la tecnología adecuada son una invitación a la paranoia. Las distopías de George Orwell, Phillip K. Dick y Aldous Huxley narran las inquietudes en torno a las posibilidades de vigilancia total. Los datos ofrecidos voluntariamente por los ciudadanos también colaboran en la tarea. Así, es común desde hace unos años ver en televisión las fotos de redes sociales de personas buscadas por distintos motivos.

En Estados Unidos, el programa Next Generation Identification (NGI) desarrollado por la empresa de biométrica Lockheed Martin trabaja en el reconocimiento facial. El Big Brother parecerá real cuando las millones de cámaras del país del norte registren cada rostro que se asome a la vía pública desde 2014. La tecnología contribuye a la desmaterialización de las formas de control. Identificador e identificado pueden no encontrarse cara a cara nunca.

Según Ilsen About y Vincent Denis en Historia de la identificación de las personas cada tantos años aparece la polémica en la opinión pública y “la ausencia de un auténtico debate público sobre los múltiples retos que comporta esta cuestión limita aún una verdadera toma de conciencia colectiva de los efectos de la identificación en lo cotidiano”.

Mientras tanto, en esa zona liminar entre la ciencia y lo policial, entre las destrezas artísticas y el recupero de memoria, los dibujantes siguen transmitiendo su oficio en la calle Azopardo.


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