Infojus: Yo soy la niña que volvió al país junto con la democracia

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Yo soy la niña que volvió al país junto con la democracia

| Fuente: Infojus Noticias | Fecha de publicación: 2014-12-10 | Por: Sara Paoletti | Fecha de captura:: 2016-01-10 04:08

En 1977, cuando se exilió en Madrid con sus padres -Alipio y Lylian- y sus cinco hermanos, Sara Paoletti tenía 4 años. Volvió al país seis años y medio después, el mismo día en el que asumió Alfonsín. En España la despidieron con flamenco. En Ezeiza la recibieron con papelitos y cantos de cancha.

El 9 de diciembre de 1983 fue nuestro último día de exilio en Madrid. Con mi hermana Elsa habíamos armado un plan para la despedida: ir al mercado del barrio en patines por última vez, pasar el día con Tania para averiguar de una vez por todas cuál era el botín que tenían ahorrado, ella y su hermano Israel, en ese inmenso tubo de cartón de 5 kilos de jabón en polvo marca Ariel en el que hacía años guardaban su tesoro en moneditas.

Por la tarde volvimos a casa. Había que alistarse para el gran acontecimiento: la vuelta a la Argentina. Enseguida comenzó un desfile de vecinos y comerciantes amigos que llegaban a casa para el beso de despedida y el abrazo apretado. Nunca me voy a olvidar de doña Catalina y don Santiago, dos viejitos hermosos, dueños de una panadería y almacén en la placita cerca de casa. Siempre fueron generosos y solidarios con nuestra familia: nos fiaban y nos trataban con cariño de abuelos. Llegaron con una bolsa enorme de caramelos. “Para el viaje”, dijeron.

Ese día, un ratito antes de partir hacia el aeropuerto, le regalé mi osito Misha al Josecito, el vecino del piso de arriba, hijo menor de una pareja amiga, también argentinos, también exiliados. Fue un gran acto de desprendimiento, porque yo amaba a mi osito. Desde el día que me lo regalaron fuimos compañeros inseparables. Dormíamos abrazados todas las noches y por lo menos una vez a la semana me encerraba en la pieza a practicar las sesiones de lo que yo llamaba espiritismo. Estaba segura de que si me concentraba y encauzaba todo el amor que sentía por él y lo miraba fijo a los ojos, con fuerza y entusiasmo, podría conseguir que Misha que era de peluche, se volviera un osito de verdad, de carne y hueso.

A la nochecita partimos a Barajas, con una cantidad indecible de petates. Cajas del tamaño de un lavarropas guardaban nuestras cosas, de las que mi mamá no había querido desprenderse: tenía un largo historial de pérdidas. “Esta vez no”, debe haber pensado y se trajo hasta la olla presión.

Cuando llegamos al aeropuerto había un mogollón de gente para despedirnos. Era un gran acontecimiento para la comunidad de exiliados argentinos, pues éramos de los primeros que volvíamos. Mi viejo no se había aguantado y se había vuelto antes, solo y sin levantar la perdiz, después de las elecciones de octubre. Tengo recuerdos desordenados y tumultuosos. Mucha gente, mucho beso, mucho abrazo, mucha lágrima, mucha emoción. Después, llegó la hora de embarcar y ahí el recuerdo se vuelve nítido: una enormísima ronda y una canción de despedida, con aires flamencos: “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va.”

Catorce horas después, aquel vuelo de Iberia sobrevolaba Buenos Aires. No voy a olvidarme nunca la carita de mi vieja, con los ojos vidriosos, emocionadísima,  intentando contenerse. Como éramos tantos y llevábamos tantas valijas y paquetes mi mamá resolvió esperar a que fuéramos los últimos en salir. Cuando llegamos al control de equipajes el empleado nos miró con cara de muy pocos amigos, supongo que a causa de la cantidad de cosas que traíamos. Señaló un paquete de papel madera y preguntó qué era. Mi mamá respondió serena pero firme. “Un cuadro de un rostro deformado por la tortura”, dijo. Pasen, fue la respuesta.

Detrás de la puerta de vidrio, a lo lejos, reconocí la figura de mi papá, al que no llegaba a verle la cara pero sabía que sonreía feliz, muy feliz de que volviéramos a estar todos juntos en nuestro país. Lo acompañaban abuelos, tíos, primos y amigos. Durante la espera habían hecho papel picado con el diario de la mañana e inventaron una canción con ritmo de tibuna: “Somos la patota de Lylí y sus seis hijos, larguen todo y vengan volando, que vienen de España y se van a quedar.” 


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